En el mundo se calcula que hay en la actualidad casi 650 millones de armas ligeras, el 60% de las cuales está en manos de ciudadanos particulares, mayoritariamente hombres. Según un informe hecho público hoy en Madrid por Amnistía Internacional, Intermón Oxfam y la Red Internacional de Acción sobre Armas Pequeñas (IANSA), el 80% de las víctimas de este tipo de armas, que pueden ser portadas y utilizadas por una persona, son mujeres y niños.
El informe «Los efectos de las armas en la vida de las mujeres» trata de poner en relieve la relación innegable que hay entre la proliferación de armas ligeras en el mundo, que circulan con escaso control por parte de los gobiernos, y la discriminación y la violencia de la que es objeto la mujer. Según estas organizaciones, «al menos una de cada tres mujeres ha sido golpeada, obligada a mantener relaciones sexuales o sometida a algún tipo de abusos en su vida, lo que, traducido a números equivaldría a unos 1.000 millones de mujeres.
Según destacó Ricardo Magán, del departamento de campañas y estudios de Intermón Oxfam, «650 millones de armas ligeras están circulando libre e impunemente por el mundo» y, añadió que «frente a la creencia generalizada de que los hombres son la principal víctima de este tipo de armas en los conflictos armados en realidad son las mujeres y las niñas» las más perjudicadas por las armas ligeras.
El informe presentado hoy es el resultado de la interconexión que existe entre dos campañas de estas organizaciones : «No más violencia contra las mujeres», creada por Amnistía Internacional y que exige que los Estados asuman su responsabilidad y eliminen las leyes que perpetúan la discriminación de las mujeres ; y «Armas bajo control», que bajo el patrocinio de AI, Intermón Oxfam e IANSA, exige un mayor control del comercio de armas y busca la firma de un Tratado de Internacional en la materia.
«La violencia contra las mujeres, sea con botas, puños o armas, tiene su raíz en la discriminación dominante que niega a las mujeres la igualdad respecto de los hombres», destacó Magán, subrayando que «esto no se debe a que la violencia contra las mujeres sea algo natural o inevitable, sino a que se aprueba y tolera desde hace mucho como parte de prácticas históricas o culturales». Tanto AI como Intermón, añadió, «consideran que la violencia contra las mujeres es evitable».
El informe, según explicó Yolanda Román, responsable de relaciones institucionales y política exterior de Amnistía Internacional, analiza los cuatro contextos fundamentales en los que las mujeres son víctimas de la violencia : la familia y el hogar ; las comunidades y sociedades en las que viven ; los conflictos bélicos, y la etapa post-bélica.
VIOLENCIA DOMESTICA
El hogar, según Román, «era considerado tradicionalmente como un refugio seguro para la mujer». Sin embargo, según el informe, la mayor parte de la violencia que sufren las mujeres es obra de los hombres con los que conviven. Así, en Sudáfrica muere una mujer cada 18 horas por disparos realizados por su pareja o ex pareja, mientras que en Francia una de cada tres mujeres que pierden la vida a manos de sus parejas lo hace por arma de fuego, cifra que en Estados Unidos se eleva a dos de cada tres.
En el caso de España, indicó Román, en 2004 murieron un total de 72 mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, once de ellas como consecuencia de armas de fuego. Se da la circunstancia, añadió, de que cinco de las fallecidas tenían órdenes de protección judicial. Asimismo, las ONG expresaron su preocupación porque las fuerzas del orden y los jueces apliquen de «manera efectiva» las disposiciones para incautarse de cualquier tipo de arma en posesión de personas acusadas de malos tratos.
Además, según la responsable de Intermón, se ha constatado en estudios en Estados Unidos que la presencia de un arma en el hogar aumenta por cinco las probabilidades de que la mujer sea asesinada por su pareja. Para combatir este problema, las organizaciones piden a los gobiernos que adopten leyes que impidan que los maltratadores tengan acceso a la posesión de armas.
En lo que se refiere al ámbito de la comunidad en la que residen las mujeres, estas son víctimas con mucha frecuencia de los propios funcionarios encargados de velar por la seguridad y los derechos de las mujeres, quienes no sólo no escuchan las denuncias que estas presentan sino que en ocasiones «cometen violencia contra las mujeres, sobre todo violaciones y agresiones sexuales». Esto se debe, según Román, a la impunidad generalizada con la actúan los funcionarios, a la escasa formación que tienen en la materia y a la ausencia de respeto de los derechos de las mujeres, subrayó.
Los conflictos bélicos, pero también después de ellos, suponen otro de los principales contextos en los que la mujer se convierte en víctima de violencia, no sólo por las armas sino que también son violadas. Según estas organizaciones, al menos 15.700 mujeres y niñas fueron violadas en Ruanda y 25.000 en los conflictos en Bosnia y Croacia. Además, se ha constatado, según Román, que en el 80% de las zonas de conflicto bélico «la trata de mujeres es habitual». Terminada la guerra o el conflicto, añadió, el riesgo persiste ya que «las armas siguen ahí y la discriminación de la mujer se mantiene».
El objetivo del informe, según la responsable de Amnistía, es «alarmar sobre este escándalo de proporciones mundiales» y «condenar estas dos realidades —la proliferación de armas y la discriminación de la mujer—, ya que éstas pueden evitarse» mediante la adopción de medidas legislativas que regulen el comercio de armas y que eliminen la desigualdad de la que es víctima la mujer.
RELATO EN PRIMERA PERSONA
En el acto de presentación también estuvo presente Chinita Keitetsi, quien hizo un conmovedor relato de su experiencia como niña soldado en Uganda. Chinita, que en la actualidad tiene 29 años, es madre de dos niños, fruto de las violaciones a las que fue sometida por soldados ugandeses para los que trabajaba como guardaespaldas, pero que se han convertido, según dijo, en su «razón para vivir».
Chinita, rechazada por su padre y maltratada por la familia, se escapó de casa con 8 años y a los 15, relató, «ya no recordaba cuántos hombres habían usado mi cuerpo». Con 18 años decidió huir de su país, dejando tras de sí a su primer hijo, y embarazada de su hija. Tras pasar por varios países llegó a Sudáfrica, donde quedó su hija, y ella continuó su huida hasta Dinamarca, país que se ha convertido «en mi padre y mi madre por todo lo que me ha dado», afirmó.
«El amor nunca ha formado parte de mi educación» pero sin embargo ahora, explicó, «tengo que luchar por dar amor a mis hijos». Chinita se reunió con su hijo mayor el verano pasado, tras diez años sin verse, y espera poder encontrar muy pronto a su hija, a la que hace siete años que no ve. «No sólo nosotros somos niños soldado, sino que nuestros hijos también lo son», destacó, afirmando sentirse «muy mayor» por todo lo que le ha tocado vivir.
De su infancia, asegura, sólo tiene «cicatrices y el corazón herido» porque le arrebataron sus «sueños» e incluso su «dignidad como mujer». «La única imagen que tengo de cuando era pequeña es con trece años vestida de uniforme», afirmó, explicando que «aún es capaz de llorar porque me pregunto que habrá sido de los demás niños, de las niñas que dejé atrás y de sus hijos y de los niños que se mataron entre ellos». «Estoy aquí por mis camaradas y para que los niños no tengan que vivir nunca lo que he vivido yo», concluyó.