Al pueblo de México.
A los pueblos del mundo.
Hermanos y hermanas :
Con mucha pena nos hemos enterado del fallecimiento del señor don Amado Avendaño Figueroa, luchador social y periodista chiapaneco, es decir, mexicano.
Abril de 2004.
A los familiares y amigos de don Amado Avendaño Figueroa.
Al pueblo de México.
A los pueblos del mundo.
Hermanos y hermanas :
Con mucha pena nos hemos enterado del fallecimiento del señor don Amado Avendaño Figueroa, luchador social y periodista chiapaneco, es decir, mexicano.
Don Amado fue un oído atento y respetuoso para el dolor de los indígenas
chiapanecos aun antes del amanecer de la guerra contra el olvido. En
compañía de doña Concepción Villafuerte, y de quienes con ellos dos hacían
el periódico Tiempo, escuchó cuando la mayoría estaba sorda y miró cuando
muchos estaban ciegos.
Fue por eso que, desde el inicio público de nuestro alzamiento, elegimos su
periódico como medio para dar a conocer nuestra palabra. No porque él y
quienes con él laboraban estuvieran de acuerdo con nosotros, sino porque
estaban de acuerdo con decir la verdad. Tiempo después, don Amado se
postuló para ser gobernador del estado de Chiapas. Despojado del triunfo
por un fraude, se mantuvo en la rebeldía y durante su periodo elaboró una
propuesta de nueva Constitución estatal para Chiapas, misma que obra en
nuestro poder. Durante su mandato y después de él, siguió con respeto y
atención el proceso de la lucha zapatista.
Con el fallecimiento de don Amado, México pierde un luchador consecuente,
Chiapas uno de sus mejores hijos, los pueblos indios un hermano y los
zapatistas un compañero.
Larga vida a don Amado.
Desde las montañas del sureste mexicano.
Por el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, abril del 2004, 20 y 10.
’’Su muerte, puede ser que sí, puede ser que no’’
Ejército Zapatista de Liberación Nacional, México.
Abril de 2004.
A quien corresponda :
Pardeaba la tarde. O sea que como que ya se iba. La noticia, en la voz
cavernosa del radio transmisor, sonó apenas como una rama rota en la casi
noche de abril zapatista. Como si la interferencia se hubiera callado un
instante, precisamente en el momento en que, desde el otro lado de la
bocina, la voz decía : «don Amado ya murió ya».
Así me dijeron, que don Amado ya murió ya. Puede ser.
Puede ser que don Amado ya haya muerto y que lo que escuché no haya sido
una rama rota, justo cuando abril da ya la vuelta a la esquina del
calendario para perderse hasta el año entrante, sino la noticia de su
muerte. Pero si hubiera sido una rama rota lo que escuché, entonces yo
podría pensar que puede ser que don Amado no haya muerto, y que él sólo
haya dado vuelta en aquella esquina, y que ya no lo veremos ahora, pero que
el año que entra volverá a aparecer.
Nosotros a don Amado primero lo conocimos y ya luego lo vimos.
Lo conocimos por su palabra. Estaba colgada en una de las hojas del tiempo,
como si de una pared. Y nosotros, ocultos entonces porque nos mostrábamos,
nos acercamos a esa pared temporal y tocamos su corazón, es decir, su
palabra. Vimos que éramos vistos por esa palabra. No lo que éramos entonces
ni lo que somos luego, pero sí nuestra casa de dolor y pena, nuestro
corazón.
Cuando nos mostramos ocultándonos, lo vimos. Era ya media mañana del
primero de enero de 1994. Llegó con una bufanda, sus lentes, una especie de
abrigo o chamarra
(no me acuerdo bien) y una libretita. Hizo unas preguntas. Algo anotó. Yo
le pregunté : «¿Don Amado ?». No me acuerdo qué me respondió. Casi no habló.
Pero mucho miraba su mirada. No había en ella la sentencia de muerte que
muchos nos prodigaron en esas primeras horas, tampoco la condena o la
aprobación. Había en su mirada algo así como… como si tratara de
entender. Las veces que lo encontré de nuevo, seguía con esa mirada. Tratar
de entender es una forma de respetar. Sí, don Amado nos respetaba.
Y era correspondido. O es. Porque puede ser que haya muerto. Pero puede ser
que no.
Después de eso, de la noticia o de la rama rota, la noche se alargó como
pocas veces. Como si se estirara, pero no para desperezarse, sino para
cubrir todos los rincones, incluso los que, dentro, nos habitan.
El otro día… no me acuerdo si ese otro día fue hace mucho o hace poco. El
tiempo, quiero decir, el calendario, suele engañarnos. Pero les decía yo
que el otro día, en uno de los poblados se desmantelaba una de las campas.
Pronto sólo quedó un montón de palos, tablas y perros husmeando.
El viejo Antonio se acercó, con el martillo y el machete aún en las manos,
contempló los restos y dijo : «Esta casita tenía ya sus años y ahora sólo
queda su historia, la de ese tiempo resistiendo y luchando». El viejo
Antonio aceptó el encendedor que le ofrecí para encender su cigarrillo y
continuó : «Así es de por sí cuando uno se muere, no queda nada, sólo la
historia de lo que uno hizo y lo que dejó de hacer… el tiempo de cada
uno».
Si es que murió, don Amado nos dejó sin su casa y sólo nos quedó su
historia. Pero don Amado tenía, o tiene, un problema que no todos padecen.
El, en lugar de corazón tenía una casa, a veces disfrazada de periódicos en
el tiempo, o de hoja de foja, o de rebelde gobierno o de contador de
historias.
Y en su casa, es decir, en su corazón, don Amado le abrió, desde hace
mucho, sus puertas y ventanas a quienes son del color de la tierra, y con
ellos compartió el techo, la mirada, el oído y la palabra.
Me dicen que don Amado ya murió ya. Puede ser que sí. O puede ser que no,
que no haya muerto. A saber.
Puede ser que su corazón, es decir, su casa, ya no tenga techo para
nosotros, que ya no nos mire por la ventana, que ya no entremos por su
puerta ni nos sentemos a su mesa mientras afuera la lluvia, el frío, el
sol, las nubes. O puede que no, que no haya muerto, y que, después de
aquella esquina, esté todavía su casa, es decir, su corazón, con la bulla
que otros llaman «vida».
Yo, la mera verdad, no sé si se murió o no, pero sí sé que su historia, su
tiempo, está aquí, con nosotros, con los que entramos en su casa porque él
nos abrió la puerta y lo hizo porque sí, porque le dio la gana. Porque hay
corazones que son tan grandes que sólo laten cuando están con otros.
Así era don Amado… O así es… Yo, la mera verdad, no sé…La muerte…
tal vez sí… tal vez no…
Por eso, esta madrugada sólo he tomado del suelo una rama rota y la he
sembrado a un costado de mi campa. No porque piense que aún retoñará, sino
porque es una señal para que don Amado sepa, cuando regrese de dar la
vuelta por aquella esquina, que con nosotros tiene un corazón, que es como
acá decimos «casa».
Vale don Amado. Salud y bienvenido.
Desde las Montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, abril de 2004, 20 y 10.
PD. Como si no hubiéramos completado un abrazo, así nos quedamos. Como con
un silencio pendiente… ¿lo escucha ?…
Ejército Zapatista de Liberación Nacional, México, 30 de abril de 2004
Doña Concepción Villafuerte :
San Cristóbal de Las Casas.
Chiapas.
México.
Doña Conchita :
Reciba usted y toda su familia nuestro abrazo que, aunque a la distancia,
no por eso es menos cálido y hermano.
Le mando una carta y un comunicado.
Es una de esas cartas y uno de esos comunicados que nunca hubiéramos
querido escribir.
Como casi siempre en nosotros, dirá más lo que callamos que lo hablamos.
Vale. Salud y un silencio que abrace.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, abril de 2004, 20 y 10.