Me encontraba en mi balcón en la oscuridad, fumando un excelente habano. Acababa de enviar mi material del día a Leyla, de la jefatura de asuntos exteriores de The Independent, cuando vi por primera vez a los soldados de la Primera División Armada avanzar por un camino. Los dos que iban hasta el final de la formación caminaban de espaldas, había dos oficiales en el centro, y todos se dirigían hacia la entrada del hotel. Cuando bajé las escaleras, Mohamed, el amigable recepcionista, enfrentaba la cólera del ejército de ocupación en Irak.
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Me encontraba en mi balcón en la oscuridad, fumando un excelente habano. Acababa de enviar mi material del día a Leyla, de la jefatura de asuntos exteriores de The Independent, cuando vi por primera vez a los soldados de la Primera División Armada avanzar por un camino. Los dos que iban hasta el final de la formación caminaban de espaldas, había dos oficiales en el centro, y todos se dirigían hacia la entrada del hotel. Cuando bajé las escaleras, Mohamed, el amigable recepcionista, enfrentaba la cólera del ejército de ocupación en Irak.
«Enséñeme el registro del hotel, por favor, señor», ordenaba uno de los oficiales.
«Está en el otro edificio», respondió inocentemente Mohamed.
«No juegue conmigo, señor», replicó el soldado. «Quiero ver el registro del hotel.»
A menudo me he preguntado por qué hacen eso los soldados estadunidenses ; insultar a alguien y después agregar «señor», como para después decir que fueron educados.
Les dije que Mohamed no estaba jugando. El registro siempre se guarda en otra parte del hotel. El oficial, cuyo nombre era Scheetz, se volvió hacia Mohamed : «¿Quién está en la habitación 106 ?» Mohamed me miró y yo miré al señor Scheetz. La habitación 106 es la suite ocupada por The Independent.
Le di mi tarjeta a Scheetz. Le pregunté qué deseaba. Otro soldado me respondió : «Supongo que queremos que no vuelvan a volar más hoteles por los aires», dijo. Desde luego, eso queremos todos, pero ¿qué tiene eso que ver con la habitación 106 ? «Seguridad», dijo otro estadunidense, lo cual, claro, es el pretexto para cualquier redada, operación militar, cateo o cualquier decisión tomada por quien sea -inclusive el presidente Bush- si lo que quiere es no explicar su conducta.
Subí a mi habitación. Ya estaban ahí tres soldados estadunidenses afuera y tres paramilitares iraquíes, de los que llaman Cuerpos de Defensa Civil. El soldado que estaba más cerca de mi puerta parecía tan perplejo como yo. Se trataba de un joven amigable e inteligente llamado Matt Meyers. Ha estado en Irak durante un año. Le encanta la vida de soldado, está preparado para quedarse más tiempo y piensa votar -por favor contengan la respiración- por el hombre que lo envió a esta agujero infernal. Viene de Seattle, quizás eso influye.
El ágil cerebro de Myers retiene el árabe como una esponja ; ya hasta tiene acento iraquí. En una actitud algo desconcertante, llamaba por sobrenombres a sus compañeros iraquíes. A un hombre alto y barrrigón que lleva una insignia iraquí en forma de relámpago en la manga lo llama dub kbir (gran oso). Pero el paramilitar no sonrió cuando le ordenó ir a la planta baja.
La primera División Armada incluso ha diseñado un logo especial para los Cuerpos Civiles de Defensa Iraquí, que consiste en las iniciales ICDC en letras góticas, entre las cuales está la mitad del símbolo de las SS nazi, con la letra trazada con forma de relámpago.
No me atreví a preguntar sobre este simbolismo. La misma unidad estadunidense también incluye a la calavera entre sus varios símbolos, pero ésta es una referencia a la destrucción de una unidad de las SS a manos de la División Armada en Normandía, en 1944.
Entraron más soldados al hotel. Tres eran occidentales vestidos de civil que traían insignias de la Autoridad Provisional de la Coalición, y subieron corriendo las escaleras. Uno llevaba sobre la manga una imagen de la bandera de Sudáfrica.
Meyers no quiso entrar a mi cuarto. Se informó a Scheetz que The Independent se ha alojado aquí durante un año, que yo era el corresponsal en la zona y que no planeábamos hacer estallar ningún hotel de Bagdad, mucho menos el nuestro. Ofrecí regalarle a Meyers un ejemplar de mi libro sobre la guerra en Líbano. El me dio su dirección en Alemania para enviárselo una vez que regrese a su casa, sin muchas ganas, en mayo próximo.
Y eso debió haber sido todo. Scheetz se fue a registrar la habitación 106 del segundo edificio del hotel, que no es más que una oficina vacía, mientras yo charlaba con el personal del hotel. Cuando me encuentro delante de iraquíes, así sean sunitas, chiítas o cristianos, tengo una firme política : nunca aparecer como si estuviera fraternizando con los poderes de ocupación. Para mí esto es tan importante como el valor que doy a mi propia vida.
Entonces, un mesero llega con una charola cubierta con una servilleta blanca. Me trae una lata de cerveza Amstel «con los saludos del señor Scheetz», me dice.
Ay Diosito, Diosito. Los iraquíes me miran silenciosos. El mesero me mira con vergüenza y se encoge de hombros. «¿Para qué es esto ?», parecían preguntarse los iraquíes. Y yo también. Mohamed, el recepcionista a quien le habían dicho que «no estuviera jugando» me veía como un halcón, para usar un lugar común. Le dije al mesero que devolviera la cerveza, y lo hizo.
Así que me quedé con algunas preguntas. ¿Quién fue el tarado que mandó a estos estadunidenses a las peligrosas calles de Bagdad, de noche, para examinar el registro de un hotel que bien pudo haber sido visto tranquilamente por cualquier visitante discreto durante el día, y exigir la identidad de un huésped que se ha alojado aquí intermitentemente durante todo el año pasado ?
En segundo lugar tenía una pregunta más seria : si hasta yo me sentí ofendido por la forma en que el estadunidense insultó a Mohamed ¿qué estarían pensando los iraquíes ? Supongo que esto es sólo otro minúsculo hilo en el entramado de lo que llaman la guerra contra el terror.
©The Independent
Traducción : Gabriela Fonseca