Los disparos invadieron como el sol el lúgubre primero de febrero de dos mil doce. Esa mañana que ahora me mira distante llegó como una muerte inadvertida. Antes de ese día no pudimos pensar que aquello pasaría, ya que la guerra no era un imperativo para nosotros si no la calma postergada. Poco tiempo atrás no había forma de imaginarme aquí, en este cuartel en la selva.
En la fábrica la rutina era el plato del día, en el almuerzo la acompañábamos con frijoles, tajada frita, carne roja y arroz. Era una nutritiva comida, nos alimentaba el alma, o como decía el médico después del examen semanal: le refuerza la hemoglobina, camarada, nosotros los socialistas debemos tener bien rojos los glóbulos rojos. Y reía, con su risa gutural de idiota.
Me alegraba haber contado todos los días con aquella comida. Sí, era el mismo almuerzo todos los días, pero nos ayudaba a trabajar con más ánimo, con más energía, era una aberración no necesitarla. Hasta nos ayudaba a pensar mejor. En el comedor, sentados en fila, reflexionábamos sobre nuestro trabajo, que si nos complacía, que en qué nos contribuía a nosotros, que cómo era útil para la patria. Una vez sin embargo, me distraje tanto en la conversación que no toqué el almuerzo. Mi compadre Euclides Colina dijo que ensamblar celulares era el trabajo más útil que existiera, o al menos que él pudiera imaginar, pues contribuía al desarrollo comunicacional del país, ya lo había escuchado antes, el jefe de personal lo dijo un día mientras hacía su inspección y a una mujer se le resbaló el producto de la mano y se quebró en diez mil pedazos, el jefe le dijo a la mujer que no debe haber lugar para la apatía en nuestro trabajo, y tiene razón. Pero ésta vez, cuando Euclides lo dijo con la imperativa seguridad de sus palabras, afirmando cada cosa que decía con un fuerte movimiento de su mano, lo escuché y sentí escuchar de nuevo a Gabriel Guzmán nuestro jefe de personal, instruyendo a aquella mujer, entonces pensé cuánto se parecían entre sí, cuán inspiradores eran para el resto de los obreros y cuán inspiradores eran para mí. A ésta altura, sumergido en este lodazal interminable habría tomado la decisión que ellos tomen.