Artículo de opinión de Rafael Cid.

Son una apuesta segura. Un clásico de la dignidad que nunca defrauda. Una y otra vez, cuando toca preguntar al CIS por los profesionales mejor considerados, los bomberos aparecen junto a los médicos en primer lugar. Por contraste, periodistas y jueces, junto a políticos, son la calaña. ¿Por qué será? A lo peor, porque estos último, cada quien a su modo y manera, son los voceros del poder, mientras que los de la manguera y el fonoscopio se dedican a mejorar la existencia de la gente. O sea, que unos llevan la solidaridad como divisa y otros la mercadean.

Son una apuesta segura. Un clásico de la dignidad que nunca defrauda. Una y otra vez, cuando toca preguntar al CIS por los profesionales mejor considerados, los bomberos aparecen junto a los médicos en primer lugar. Por contraste, periodistas y jueces, junto a políticos, son la calaña. ¿Por qué será? A lo peor, porque estos último, cada quien a su modo y manera, son los voceros del poder, mientras que los de la manguera y el fonoscopio se dedican a mejorar la existencia de la gente. O sea, que unos llevan la solidaridad como divisa y otros la mercadean.

La prueba está en esa condena frustrada in extremis a un grupo de bomberos salvavidas en Lesbos. Una de las islas griegas que el gobierno de Tsipras y su consorte xenófobo utilizan para “concentrar” a los refugiados que amerizan en su suelo. No vaya a ser que se les ocurra progresar hasta Atenas y se joda la imagen izquierdista de Syriza y lo que le cuelga. Tiene maldita la gracia. Que los esquiroles de la ley intentaran procesar a los bomberos bajo el delito de “tráfico de personas” es la forma más abyecta de coger el rábano por las hojas. Los parajitos disparando a las metralletas.

Menos mal que al menos donde no llega el cálculo político aún resiste un poco de sentido común. Ha sido el escándalo, la inaudita provocación de esos infames jueces de la horca, lo que ha hecho saltar todas las alarmas. “Si les tocáis a ellos, nos tocáis a todos”, fue la sentida advertencia que facilitó la absolución sin cargos de los detenidos. Un grito de solidaridad que solo hacia devolver en dosis homeopáticas lo que esos voluntarios representan. Un valor, el de solidaridad, que sigue guiando al pueblo como preclaro reducto de la libertad frente a la opresión. Como en el caso de los tripulantes del buque Proactiva Open Arms. Con una petición de 7 años de cárcel por haber rescatado del mar a 218 náufragos y negarse a entregarles a los guardacostas libios.

¿Qué ocurriría si esa solidaridad no siguiera guiando al pueblo y todo quedara en manos de la razón de Estado? Mejor ni pensarlo. Quedémonos con la certeza de que el apoyo muto no solo existe sino que crece a cada instante. Para fastidio de los verdaderos negreros del capital y sus sablistas. Que saben y conocen que allí donde la solidaridad emerge el negocio derrota. El mercado, la competencia, el consumismo, la cacareada productividad, la falsa representatividad política y sindical, y todas las mandangas con que se adorna el tinglado necesitan el individualismo solipsista para procrear. Por eso la desobediencia de la solidaridad es un arma emancipatoria cargada de futuro.

A los bomberos y a los médicos les hemos visto ejercitar una ética civil que a menudo se hace desear en sectores más directamente vinculados con eso que llamamos “clase obrera”, como depositaria de valores ejemplares. Estamos acostumbrados a ver facultativos en zonas de hambruna o epidemias durante su tiempo de vacaciones, o arriesgando sus carreras asistiendo a pacientes para una muerte digna (Luis Montes in memoriam). También a bomberos haciendo huelga de brazos caídos cuando se trata de reventar un hogar para desalojar a familias con impagos hipotecarios. Precisamente lo contrario que ocurre en el mundo laboral, donde las centrales más representativas cultivan celosamente el “no pasarán” a huelgas de solidaridad como legado de lo firmado por las cúpulas de CCOO y UGT en el marco de los preconstitucionales Pactos de la Moncloa (art. 11, apartado b, Real Decreto-Ley 17/77, de 4 de marzo).

Y es precisamente por ahí por donde se escapa a borbotones la poca credibilidad que le queda al duopolio sindical hegemónico. Acontecimientos multitudinarios como el 15M o el más reciente de la marcha feminista del 8M, que trataron de boicotear las direcciones de ambas centrales por su carácter autogestionario, son un ejemplo de que la solidaridad es un factor innato de socialización positiva. Sin solidaridad interpersonal no existe humanismo. Eso lo saben, y lo temen, todas aquellas instituciones y agentes sociales que basan su predominio en la delegación de la representación. Una perspectiva contagiosa, como evidencian las movilizaciones de los pensionistas al margen de CCOO y UGT, que fueron quienes firmaron con la patronal y el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero la primera contrarreforma estructural de las pensiones en 2011.

En este sentido, llama la atención, aunque para nada sorprende visto lo visto, que al cumplirse medio siglo del Mayo del 68, apenas haya referencia en los análisis y rememoraciones al ingrediente solidario. Se han verbalizado las más peregrinas opiniones, incluso por plumas que entonces defendían orgullosamente consignas estalinistas. Como la tesis que en Babelia abanderaba Jesús Ceberio, antiguo director de El País, llevando a escena la tercera ley de Newton sobre la secuencia acción-reacción, para colegir que los sesentayochistas provocaron la reacción neocons (lo mismo, mutatis mutandis, que dijo Pablo Iglesias sobre el procés).Aunque nadie hace hincapié en lo que la rebelión supuso de colosal apoyo mutuo interclasista e intergeneracional. Mejor no meneallo. Porque si algo justifica la actualidad de aquellas jornadas es constatar que por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa se producía una alianza espontánea entre obreros y estudiantes que hizo temblar el statu quo. Fraternización que provocó las mayores huelgas conocidas en Francia hasta la fecha, desbordando el candado que intentaron imponer las nomenklaturas de las centrales y del ortodoxo Partido Comunista Francés (PCF).

Pero igual que la empatía entre la gente de bien se manifiesta en generosos y altruistas gestos de solidaridad, entre los poderosos su equivalente se denomina intereses creados y obediencia debida. Lo acabamos de ver en la entrega de la última edición de los Premios Ortega y Gasset del diario El País. Un monumento funerario que ha servido para que luciera crepuscularmente el “Ciudadano Kane de la Transición”. Juan Luis Cebrián, el gran farsante que hiciera de la censura una de sus bellas artes en tanto jefe de los Servicios Informativos de TVE en el último gobierno de Franco. Claro que la guinda la puso el presidente del jurado, Baltasar Garzón, con su encendida defensa del periodismo veraz. Caso único en los anales del género. Un ex juez, expulsado de la carrera por un delito de prevaricación, utilizado como icono democrático por una empresa informativa global que se benefició de sus fallos (casi Sogecable). El mismo diario que linchó a improperios y falaces sospechas en sus editoriales al magistrado del Supremo Marino Barbero por osar investigar la financiación ilegal del PSOE felipista y sus terminales.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid