Artículo de opinión de Rafael Cid

La baja participación electoral que a menudo registran las democracias asentadas, suele recibir diferentes lecturas por parte de los politólogos. La corriente principal pretende que lejos de expresar defección o rechazo, la abstenía abstencionista traduce aquiescencia con los gobernantes y, por ende, con los líderes y partidos que concurren a los comicios.

La baja participación electoral que a menudo registran las democracias asentadas, suele recibir diferentes lecturas por parte de los politólogos. La corriente principal pretende que lejos de expresar defección o rechazo, la abstenía abstencionista traduce aquiescencia con los gobernantes y, por ende, con los líderes y partidos que concurren a los comicios. Lo contrario, sugieren sus mentores, sería tanto como deducir que el <<anarquismo>>, entendido en su raíz etimológica de <<rechazo a la autoridad>>, <<no gobierno>>, fuera una ideología sino dominante si con presencia fáctica. Obviamente, nada de eso expresa el distanciamiento partidista de referencia. Los antisistema, personas y/o movimientos, emergentes en momentos de crisis, están lejos de ser representativos de la estructuración social en el mundo actual.

Desde esa perspectiva, también se podría argumentar otro tanto de actitudes simétricas en el ámbito de los partidos-organización. Supondría que, a menos activismo interno, más asentimiento con las directrices de sus cúpulas. Pero el salto conceptual y simbólico es demasiado caprichoso para trinchar esa conclusión. No solo cambia la métrica, también las propiedades y características de los entes comparados. Los sufragios son, al fin y al cabo, el nexo común, pero de distinta naturaleza. Además, y como broche de legitimidad, la mayoría de las constituciones homologadas con auténtica separación de poderes, incorporan normas para garantizar la democracia en los partidos: ser medios que identifican el pluralismo ideológico; canales para la formación y manifestación de la voluntad popular; y herramientas fundamentales para la participación política. La constitución española, sin ir más lejos, al referirse a los partidos, demanda que <<Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos>> (Art. 6 CE).

Llegados a este punto, nos encontramos con agujeros negros que necesitan de alguna suerte de hermenéutica para desentrañar la trama. Por ejemplo: ¿no incurre en contrasentido un régimen democrático donde los partidos que lo conforman adolecen de las necesarias constantes democráticas?; ¿semejante colusión de contrastes no implican a la postre devaluar democráticamente el sistema que se predica?; ¿cuáles son los mínimos exigibles para que tanto a nivel de partidos como en la dimensión electoral se pueda considerar verdaderamente representativo un sistema?; ¿cómo justificar en la cadena de equivalencias la gobernanza a nivel país de un partido que es dudosamente representativo en su fuero interno?  Son cuestiones a las que la ciencia política ha dado respuestas ideales y retóricas  que se compadecen mal con la contundente realidad de la política. Como botón de muestra, China ha hecho posible la fórmula un país dos sistemas, radicalmente comunista en política y fervientemente neoliberal en economía, sin solución de continuidad. Normalizando la esquizofrenia ideológica sin mácula de positividad patológica. Recientemente, el Diario del Pueblo, órgano oficial del PCCH, revelaba que el hombre más rico de la nación, Jack Ma, dueño del imperio Alibaba Group, era miembro del partido comunista, el único y verdadero.

La experiencia del último congreso del partido Podemos, calificado como un Vistalegre 3 virtual, ilustra sobre esta flagrante disfunción entre teoría y praxis, medios y fines, táctica y estrategia. Pablo Iglesias ha resultado reelegido secretario general por otro periodo de cuatro años por la máxima de la mínima. Le han refrendado por goleada (en el franquismo era por aclamación, pero como el escrutinio se ha hecho aún bajo el síndrome del confinamiento, el término más adecuado sería el de centralismo democrático o, ya en plan tocapelotas, <<a la búlgara>>). Pero lo ha conseguido con una colosal  desbandada de participantes. El líder de Podemos ha recibido el apoyo del 91,19 % de los votantes, todo un récord en la historia de la formación, y al mismo tiempo ha cosechado el innegable  fracaso que significa haber sido  elegido solo por el 11% de los inscritos. Resulta curioso que cuando la formación morada ostenta más poder, tras su escalada al gobierno de coalición con el PSOE, sus fieles estén tan escasamente motivados. Será la esclerosis del poder que Robert Michels auguraba para los partidos que culminan con éxito su carrera institucional. Sobre todo si tenemos en cuenta que entre esos 53.167 síes garrapiñados figuran los miles de incondicionales que a día de hoy ostentan cargos públicos (a escala europea, nacional, autonómica, local, etc.) y los sin duda también numerosos empleados en nómina que tiene Podemos para garantizar su impronta territorial. Un mes y medio antes, los críticos del sector Anticapitalistas habían abandonado el partido para no contribuir a legitimar el rodillo pablista en su fase de escalada total.

Algo de más luz arroja el asunto si escarbamos en lo aprobado en Vistalegre 3. Porque casi todo lo allí rubricado redunda en fortalecer al máximo líder de la formación y a su estado mayor. (89 fieles confiados alrededor del jefe)  Sustancialmente el expediente se reduce a eliminar la limitación de mandatos, rectificar el techo salarial de sus cargos y discriminar entre inscritos y militantes al corriente de pago. Con el nihil obstat de ese exiguo 11% de confianza depositada, Iglesias puede pasar del plazo de los 8 años acordados en Vistalegre 1 (con ese criterio ahora debería <<jubilarse>>, y los 12 de Vistalegre2, al poder vitalicio que admiten los nuevos estatutos de Vistalegre3 <<previa consulta a las bases>>. Fiarlo a la <<eternidad>> siempre permite más tiempo de juego para <asaltar los cielos>>. En cuanto a la pasta, la nueva casta ahora ennoblecida por la purpurina gubernamental, se ha decidido concretar las rentas del trabajo como altos funcionarios de la Administración que son de los actuales tres salarios mínimos interprofesionales (SMI), fijado en el código ético del año 2014, a una donación voluntaria oscilante de entre el 5% y el 30% de lo percibido.

Con esta aventura equinoccial, Podemos se convierte en un significante vaciado. Un sujeto sin predicado, aquel terreno baldío que los de Iglesias proponían colmar de contenido interpretando el sentir general  de una inmensa mayoría silenciada y atropellada. El padre de la criatura, Ernesto Laclau, definió de esta manera aquel concepto tótem del Podemos virginal: << [significante vacío] sería un significante al cual no le correspondería ningún significado. Pero un significante sin relación con el proceso de significación, no pertenecería en absoluto al orden significante, sería simplemente una secuencia de sonidos>> Dicho de otra manera, al vaciarse de sentido, Podemos empieza estar más del lado del problema que del de la solución. No es creíble, su capital reputacional está en mínimos históricos. Por eso precisamente se da la aparente paradoja de que ir de menos en casa a más afuera, significa prosperar. El clamoroso tancredismo de las bases de Podemos irónicamente se traduce en mucho más poder y privilegios para sus diri-gentes (de dirigir a la gente). El abajo-arriba desnortado. Una víctima más de la entropía política orgullosamente autoinfligida.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid