Artículo de opinión de Rafael Fenoy Rico

Siempre es cierto, más para quienes tienen años, menos para la gente joven, que la juventud vuela. Añoranzas sobrecogen el corazón y llenan de imágenes la mente. Evocaciones de otro tiempo que, sin duda, aunque alguien le ponga reparos, fue mejor. Porque fue un tiempo de generosa vida, de consciencia inconsciente, de deseos profundos e intensos, de amistades y amores, como en ningún otro tiempo han podido ser vividos.

Siempre es cierto, más para quienes tienen años, menos para la gente joven, que la juventud vuela. Añoranzas sobrecogen el corazón y llenan de imágenes la mente. Evocaciones de otro tiempo que, sin duda, aunque alguien le ponga reparos, fue mejor. Porque fue un tiempo de generosa vida, de consciencia inconsciente, de deseos profundos e intensos, de amistades y amores, como en ningún otro tiempo han podido ser vividos.

También desgraciadamente la juventud, la de esta sociedad que ranciamente la angosta, vuela. Parten por centenares, por millares, a otros lugares lejanos de sus hogares, de sus vecinos, sobre todo de sus amigas y amigos, para encontrar aquello que en su tierra se les niega. Un presente para asentarse autónomamente y un proyecto de futuro para soñar con los años por vivir. A pesar de ello sus familias, sus seres queridos, viven mal esta ausencia, aunque sea por bien suyo, pero el pago es enorme: No verlos, no compartir momentos felices con ellas y ellos.

El deseo de migrar, de salir, de irse, en definitiva de dejar una situación determinada, es muy fuerte, sobre todo en aquellas personas que viven su existencia con cierta angustia. El movimiento de evitación, de huída es uno de los primeros que en el orden animal se desarrollaron al inicio de la vida y pervive en nuestra herencia biológica. Algunos de los mecanismo de evitación se han automatizado llegando a la perfección de los “reflejo”, de suerte que ayudan a la integridad de nuestro organismo evitando males mayores. Pero en la mente humana este mecanismo de evitación puede mal interpretarse de forma que responden más que a situaciones externas a problemáticas internas. Para muchas de estas personas jóvenes, que pretenden con su vuelo, su huida, resolver situaciones internas, Constantino Cavafis, lanzó su poema titulado “La ciudad”, que forma parte de su obra POEMAS CANÓNICOS, escritos entre 1895 y 1915. Dice así:

Dijiste: «Iré a otra ciudad, iré a otro mar.

Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.

Todo esfuerzo mío es una condena escrita;

y está mi corazón – como un cadáver – sepultado.

Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.

Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire oscuras ruinas de mi vida veo aquí, donde tantos años pasé y destruí y perdí».

Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.

La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles.

Y en los mismos barrios te harás viejo y en estas mismas casas encanecerás. Siempre llegarás a esta ciudad.

Para otro lugar -no esperes- no hay barco para ti, no hay camino.

Así como tu vida la arruinaste aquí en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.

Bien conocía Cavafis la naturaleza del mal que aqueja a estas huidizas personas y tiene a bien anunciarles que hasta tanto no enfrenten por derecho la raíz de sus desdichas, difícilmente el cambio de contexto les salvará de las mismas. La Ciudad va en cada una de ellas y por nuevas ciudades, en las que se alojen su desdicha, su intranquilidad, su vacio nunca quedará saciado. Porque en cada persona se encuentra su sentido, su esencia y es preciso encontrarla y desarrollarla. El sentido de la vida, de cada vida, es esencial para que cada nuevo día goce de la oportunidad de hacerla posible. Una vida que es necesaria para sentir el goce de sentirla. Si además se tiene la certeza de que aquello por lo que se vive merece la pena, si el ser se siente ligado al devenir de los otros seres que le acompañan en esta existencia, se añade al goce la utilidad de vivirlo.

Para sí y para otras personas. Un binomio que hace posible la necesaria compasión, sentir con otros seres, y la acción, para construir una vida más humana, más fraterna. Una vida que no obligue a nadie a Volar lejos de donde quiere y desea vivir y, por qué no, morir.

Rafael Fenoy Rico

 


Fuente: Rafael Fenoy Rico