Es difícil interpretar los acontecimientos políticos y económicos que se están desarrollando en el espacio geográfico europeo actualmente, sin echar una mirada a la diversidad humana que ha constituido el material necesario para su construcción. Por ejemplo, un griego de la época de Pericles observaría estupefacto y perplejo la negación que se ha producido, por parte del poder constituido supranacionalmente, a la mayor suerte democrática: el referéndum; o un alemán y un francés que se encontrasen a principios del siglo XX advertirían boquiabiertos como sus sistemas económicos iban de la mano, paralizando las posibilidades de ejecutar la libertad de opciones, en favor del capitalismo y del neoliberalismo.

Son ucronias, historias
alternativas, de difícil asimilación. Pero, no debemos dejar de
lado que la figura espiritual de este espacio geográfico es un
producto de la Historia. Un producto consecuencia de luchas sociales,
étnicas y religiosas. No se trata de un resultado depurado por el
desarrollo conceptual de un proyecto filosófico: es la suma
compacta, densa a veces opaca y trágica, de largos siglos de
enfrentamientos y de amalgamas, de invasiones y de resistencias. De
acuerdos y desacuerdos entre diferentes.

Son ucronias, historias
alternativas, de difícil asimilación. Pero, no debemos dejar de
lado que la figura espiritual de este espacio geográfico es un
producto de la Historia. Un producto consecuencia de luchas sociales,
étnicas y religiosas. No se trata de un resultado depurado por el
desarrollo conceptual de un proyecto filosófico: es la suma
compacta, densa a veces opaca y trágica, de largos siglos de
enfrentamientos y de amalgamas, de invasiones y de resistencias. De
acuerdos y desacuerdos entre diferentes. De conflictos y de
reconciliaciones entre distintos. Somos el resultado denso, a veces
obscuro y deplorable, de largas pugnas, de mezclas y mestizaje, de
irrupciones y de obstinaciones. La idea de progreso siempre ha sido
sospechosa, lo mismo que la convicción de que en todo conflicto
saldrían victoriosos los buenos tras derrotar a los malos. Debemos
asumir de una vez por todas, que no es posible emitir juicios
morales, pues no es posible introducirse en las mentes de las
personas del pasado y porque las grandes luchas del pasado no se han
dado entre un bando de buenos y otro de malos, sino entre dos grupos
opuestos con ideas rivales acerca del camino que debían seguir los
acontecimientos y la sociedad. En definitiva, la supervivencia.

La escuela de Frankfurt
ya se preguntaba, en el siglo XX, tras las dos guerras mundiales:

«¿Qué es lo que no ha funcionado bien de la civilización
occidental para que en el punto álgido del progreso técnico
asistamos a la negación del progreso humano: la deshumanización, la
brutalidad, la recuperación de la tortura como forma “normal” de
interrogatorio, el desarrollo destructivo de la energía nuclear, el
envenenamiento de la biosfera etc.? ¿Cómo hemos llegado hasta
aquí?”.

Preguntas que no han perdido actualidad, cuya
respuesta no nos dirige a una solución esperanzadora. Hoy todo se
reduce a las opciones materialistas enfundadas en el neoliberalismo,
a su vez, provocado por las nociones del capitalismo sempiterno. Un
sistema que ha transformado, en muchas ocasiones por la fuerza, como
hemos mencionado, la naturaleza humana, condenando a la extinción a
toda una gama de costumbres y experiencias para reemplazarlas por las
suyas propias. Este déficit democrático es la base del colonialismo
bancario que se está adueñando, mediante la globalización
económica, de esta parte del mundo, y a la vez, de todo.

¿Somos cómplices de lo
que nos deja indiferentes?

Desde un punto de vista
formal, y aun estructural, el sistema nos propone como premisas: la
liquidación del pluralismo; la tendencia a un pensamiento único
junto con una ideología oficial de Estado: rigorismo moral que
rechaza la decadente protesta social; culto al dinero y obediencia
ciega al materialismo y desde luego odio a la disidencia, a toda
desviación del pensamiento políticamente correcto. Si somos
indiferentes, somos cómplices.

No es cierto, como señala
V. Navarro, que la necesidad de cuadrar las cuentas públicas
implique que haya que recortar los servicios públicos y los
programas de transferencias que benefician a los sectores más
vulnerables de la población. En la práctica, esto, no logra reducir
en absoluto las desigualdades de renta preexistentes, como ha quedado
demostrado. Bajo la manida palabra CRISIS –talismán verbal de
corte economicista que oculta más que revela- late una colosal
quiebra de alcance global y coyuntural que afecta a muy distintas
facetas del presente: política y religión, moral e ideología,
educación y costumbres. Afirmando que cualquier época crítica
suele tener su correlato discursivo, recordemos a la época de
Pericles o la del período prebélico Alemán o Francés, antes
indicados.

Las locomotoras
económicas europeas, junto con los bancos privados, parece que estén
haciendo pactos secretos entre bastidores. Los bancos que han
provocado la crisis aprovechan la necesidad financiera de los
gobiernos prestándoles grandes cantidades de dinero. Eso sí, a
costa de imponerles condiciones severas a través de reformas muy
profundas basadas, sobre todo, en recortar el gasto social y los
salarios para que la mayor parte posible de recursos se dirigiera a
retribuirles a ellos. Salvar a los bancos privados europeos
acreedores de la deuda pública, es la premisa de los gobiernos
nacionales (Grecia es el ejemplo).

Por eso, los referendos
producen pavor a los dirigentes; y ello, porque eso que llaman
construcción europea se ha hecho siempre a partir de lo que las
élites pensaban que necesitaban los ciudadanos. Los más grandes
proyectos constitucionales han sido aprobados en muchos países sólo
con votaciones en los parlamentos. Este orden mundial posee la
fórmula de la anexión o la colonización bancaria para las partes
de su territorio que aún no están preparadas para autogobernarse
económicamente. La idea en sí, la que de los fuertes protejan a los
débiles, no es nueva. Los imperios son claro ejemplo de ello. Los
colonizados son vistos como un medio para llegar a un fin y nunca
como un fin en sí mismo, y su bienestar está totalmente subordinado
a los intereses bancarios y capitales. Es evidente que la propuesta
de la alternativa autoritaria son los conceptos neoliberales, lo que,
insisto, demuestra que estas injustas leyes del mercado siguen
caracterizando nuestras sociedades.

Aunque también es
indiscutible que en la coyuntura actual subyace una profunda y
prolongada recesión del sistema capitalista mundial, y así debe
interpretarse la doble crisis política y de civilización de la que
somos espectadores “indiferentes”, en muchos casos. Por otra
parte, las dudas que plantea esta situación ha despertado, entre la
sociedad, la desconfianza y la indignación, en los sistemas
representativos parlamentarios, reflejándose, entre otras cosas, en
una creciente desafección por parte de los ciudadanos hacia la clase
política tradicional y en un pesimismo generalizado.

Una solución pasa por la
abstención en las elecciones de cada país, dando la espalda a los
políticos que se llenan los bolsillos a expensas de los más
vulnerables, mediante la colonización bancaria. La antipolítica es
la oposición contra el exagerado poder de las clases políticas y de
las estructuras políticas. La antipolítica es el arma que defiende
al ciudadano de la demagogia de los Estados colonizados por la banca.
En la crisis actual, para solventar los problemas que provoca la
disfunción del sistema representativo no hay que buscar
objetivamente la solución en el reforzamiento del papel del Estado,
sino en el reforzamiento de la sociedad civil, de sus capacidades
colectivas, autónomas, descentralizadas y desburocratizadas. Por
eso, hay que evitar la injerencia de los políticos mediante la
abstención electoral. En la economía de mercado donde estamos
sumergidos, es necesario ser conscientes de que en el marco histórico
actual, a escala mundial, se crean o recrean sin cesar acumulaciones
de poder, de monopolio de poder y de saber, espacios de desigualdad
que es preciso corregir permanentemente.

Según Scott Fitzgerald,
la prueba de una inteligencia de primera categoría reside en tener
en mente a la vez dos ideas contradictorias y, a pesar de todo, ser
capaces de actuar. Así por ejemplo, habría que saber que las cosas
no tienen remedio y, sin embargo, se debería estar dispuesto a
cambiarlas.

Para concluir, parece que
nos queda la sensación de que, aunque el sistema capitalista no
puede evitar las crisis, dispone del gen de la supervivencia. Parece
que incluso que la crisis forma parte de su modo de funcionamiento,
que se desarrolla y desarrolla sus fuerzas productivas, objetivamente
inagotables, a través de los periodos de crisis. Aunque la
demostración más absoluta de su poder, es que no existe una crisis
final que le derrote. El sistema capitalista no sucumbirá a las
consecuencias de una de esas crisis cíclicas, que habrá aprendido,
en función de su superioridad mundial, a controlar parcialmente, a
corregir y reorientar, a no ser que acabemos con la colonización
bancaria mediante el rechazo a los dirigentes políticos que nos han
llevado hasta esta situación, amparados por las instituciones
gubernamentales públicas y las economías privadas. Un primer paso:
la abstención.

Julián
Zubieta Martínez


Fuente: Julián Zubieta Martínez