Artículo de opinión de Rafael Cid

Tan acostumbrados estamos a valorar la política institucional en condición macro que apenas prestamos atención a sus réplicas en áreas menos publicitadas. Y es un error, porque el predominio que ha ostentado el tándem formado por el PSOE y el PP (cual pareja de la “Benemérita”: paso corto, vista larga y mala intención) desde los años ochenta, se ha completado con sucursales en la periferia territorial.

Tan acostumbrados estamos a valorar la política institucional en condición macro que apenas prestamos atención a sus réplicas en áreas menos publicitadas. Y es un error, porque el predominio que ha ostentado el tándem formado por el PSOE y el PP (cual pareja de la “Benemérita”: paso corto, vista larga y mala intención) desde los años ochenta, se ha completado con sucursales en la periferia territorial. Casos resistentes como la pertinaz hegemonía del Partido Popular en Galiza y el secular rodillo del PSOE-A en Andalucía sirven para relativizar el cacareado ocaso del bipartidismo nuclear.

La irrupción de Podemos primero y la centrifugación de Ciutadans como Ciudadanos al resto del país, después, ha precipitado una especie de conjura demoscópica que aventura el fin de bipartidismo a escala nacional. Palabras mayores sin ninguna duda, ya que cuando esos pronósticos adquieran carta de naturaleza, la gobernabilidad del Estado tendrá que hacerse a cuatro patas. De ahí la importancia de lo que suceda a nivel político en las comunidades donde tienen asiento franquicias de esa solera. La historia nos ha enseñado que en momentos críticos son las colonias las que sufragan a la metrópoli.

En este marco debe analizarse lo ocurrido en los recientes comicios andaluces. Más allá de pleitos por el liderazgo en la familia socialista, lo que la presidenta de la Junta, Susana Díaz, ha intentado, tirándose a la piscina lectoral antes de finalizar la legislatura, ha sido afirmarse como la verdadera oposición al gobierno central. Para ello ha utilizado todas las tretas, mañas y malas artes a que nos tenía acostumbrado el bipartidismo que juega en primera división. Con un aprobado alto por su parte, es dado reconocerlo, ya que a pesar de la caída en cuantía de votos Díaz ha logrado alzarse vencedora de la apuesta. Lo que demuestra que en aquella región no rige el desgaste político que a nivel del Estado castiga a los partidos-ballena convictos de corrupción.

Muy al contrario, al menos de Despeñaperros para abajo parece que lo que funciona en la trabazón representantes-representados es una especie de “síndrome de Estocolmo” que les fideliza en línea más allá de la relación coste-beneficio habitual del juego político. Porque las enormes cifras de paro, (casi el doble que la media española); la mastodóntica corrupción que afecta a su Administración y la atávica atrofia de su sistema productivo (absorta en la economía de servicios, sol y playa de toda la vida) deberían pasar factura al partido que ha mandado en Andalucía desde la transición casi en exclusiva (la cohabitación con Izquierda Unida, por su complicidad, ha sido la excepción que confirma la regla). La “aldea gala” del socialismo, según el Informe Foessa 2013 sobre Andalucía, arroja estos datos con respecto a la media española (entre paréntesis): 3,4% de analfabetismo (1,9%); índice Gini de desigualdad social 9,1% (8,6%); paro 36,2% (26,1%) y riesgo de pobreza 29,1% (20,4%)

En el rincón opuesto de la diagonal territorial tenemos a la parroquia franquiciada del PP en Galiza, con estadísticas distantes pero no distintas a las registradas en Andalucía. Los datos que arroja Foessa para esa comunidad en el mismo año de referencia son los siguientes: analfabetismo 1,5% (1,9%), índice Gini 14,4% (8,6%), paro 26,1% (22,0%) y riesgo de pobreza 17,2% (20,4%). Estamos, pues, frente a dos modelos clientelares de bipartidismo sucursalista, con coincidencias sustanciales en el fondo y algunas diferencias en la forma. Así, el mayor índice de analfabetismo, superior paro y más elevado riesgo de pobreza en Andalucía, se contradice en apariencia con el más alto nivel que alcanza la desigualdad social en Galicia. Variables atribuibles en buena medida al tratamiento de la “cuestión social” que aplican ambas formaciones en razón de sus querencias ideológicas, fulanismos e intereses. En el caso del “régimen” socialista de Susana Díaz la doctrina exige la utilización de recursos públicos para actividades próximas a la caridad (gastos no productivos) que permitan solapar la asimetría estructural de aquella sociedad. Mientras que en el feudo marianista de Alberto Núñez Feijóo las actuaciones del gobierno van más encaminadas a una recentralización antropológica-política-cultural amén de una reconversión-saldo del tejido productivo autóctono en sectores como el marítimo-pesquero y el agrícola-ganadero, inmolados a mayor gloria de las multinacionales de la Unión Europea.

En Andalucía se hace país de aquella manera con la vista puesta en Ferraz, mientras en el terruño de Breogan se sigue mirando a El Pardo, impasible el ademán. Cumplidos 25 años de gobierno del Partido Popular después de la aprobación del Estatuto de Autonomía, frente a los 33 en solitario del PSOE-A en la Junta, el gallego como idioma vehicular está en proceso de desmantelamiento, hasta el punto de que es la única lengua que pierde hablantes en toda la península ibérica. Cabría decir que el intervencionismo latifundista que permite a los socialistas andaluces manejar paternalistamente una “economía moral”, a costa de la re-feudalización política de las capas más atrasadas de la población, en el escenario asignado a los populares gallegos se traduce en una flagrante ineficiencia operativa por parte de un poder autonómico minado por una tupida red caciquil de intereses creados. Aunque al final, mutatis mutandis, tanto el sobreproteccionismo ejercido desde arriba por la Junta como el infraintervencionismo sesgado de la Xunta (lo de “juntos” es solo el eslabón placebo) dan lugar a una clónica ciudadanía de todo a cien: infantilizada, subsidiada y dependiente.

Los franquiciados son los drones del bipartidismo.

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid