Artículo de opinión de Rafael Fenoy Rico

 

 

Desde que se tiene memoria en las escuelas se han mandado deberes al alumnado. Nadie puede cuestionar que el tiempo de aprender se circunscriba al tiempo escolar, lo que es materia de discusión es el contenido de los mismos, la amplitud del tiempo y la oportunidad para dedicarse a ellos. Utilizar la inteligencia en este caso ahorraría una artificial batalla entre docencia y familias.

 

 

Desde que se tiene memoria en las escuelas se han mandado deberes al alumnado. Nadie puede cuestionar que el tiempo de aprender se circunscriba al tiempo escolar, lo que es materia de discusión es el contenido de los mismos, la amplitud del tiempo y la oportunidad para dedicarse a ellos. Utilizar la inteligencia en este caso ahorraría una artificial batalla entre docencia y familias.

La generalización del uso del papel para escribir, hace años no existía en la forma que hoy disfrutamos, permitió que el alumnado pudiera reflejar en casa escritos relacionados con aprendizajes escolares y en ocasiones castigos en forma de copiar 40, 100 o 200 o más tal o cual frase: No hablaré en clase, traeré los deberes de casa, debo hablar sin decir palabrotas o datos a memorizar…

Cuando no existían las libretas, más de una persona de cierta edad se acordará del pizarrín, o las primeras libretas costaban una pequeña fortuna, se permitía por parte del profesorado que esas copias se realizaran incluso en papel de envoltorio, que el alumnado pedía en las tiendas de comestibles del barrio.

De hecho, como ocurre en toda cultura oral, muchos deberes consistían en memorizar determinados datos que, al día siguiente y siguiendo el ritual de rueda “interrogatorio”, debían utilizarse como respuestas a las preguntas del profesorado. Las tablas de multiplicar eran un clásico, o los mandamientos de la ley de dios, o las provincias de tal o cual región o los afluentes de este o aquel rio, o los montes de la cordillera de turno. Y a fuerza de palmetazo, o copia va, y copia viene, por centenares, ahora no por fortuna, la chiquillería grababa a fuego en sus mentes infantiles los datos que sólo, al menos para ella, servían para ser repetidos diligentemente, evitando de esa forma sentir la dureza del golpe de la regla o la tediosa tarea de hacer decenas o centenares de copias.

Recuerdo un clásico. ¡A ver Antonio o Luisa!, ¿cuál es el lugar de España donde más llueve? El profesor, sin duda el día anterior, había enfatizado este asunto, pero ya se sabe que después de escuchar varias horas la voz, de por sí monótona que el docente utilizara bien en la explicación o mucho peor aún en la lectura del libro, único, enciclopédico al uso; la mente inquieta, fantasiosa de los escolares hacía tiempo se encontraba deambulando por otros mundos más lisonjeros.

Lo cierto es que ni uno sólo de los que de pié en coro se encontraban dieron en el clavo. Su ignorancia se reflejaba en el silencio mudo o en respuestas siempre orientadas al norte verde y húmedo de esta España. El profesor se irritaba al comprobar lo inútil del afán con que había explicado el hecho, que él suponía de enorme interés para las infantiles mentes.

¡Ignorantes! ¡Distraídos! El lugar donde más llueve en España está aquí, al lado: “Sierra de Grazalema, provincia de Cádiz, 1500 litros por metro cuadrado”. Y para que no se olvide el dato el profesor encargó a cada cual 500 veces copiar la frase entrecomillada.

Antes era un docente, ahora son varios y orientar el aprendizaje en casa del alumnado requiere también de un tiempo de coordinación para que lo que se proponga al alumnado pueda conciliarse con el tiempo familiar y de ocio necesario para un equilibrado desarrollo de la infancia y la juventud. En educación en casi todo deben familias, alumnado y docentes estar de acuerdo.

Rafael Fenoy Rico

 

 


Fuente: Rafael Fenoy Rico