Es la que corresponde a esta época. En la que difícilmente alguien dirá en público que "la mujer es un hombre imperfecto", o acompañará los elogios a una mujer con aquello de "tiene un cerebro de hombre en un cuerpo de mujer". Y solamente personas muy conservadoras seguirán afirmando que el lugar idóneo para la mujer es el hogar; y seguramente tampoco lo mantendrán para las mujeres que no tengan descendencia, o hayan sobrepasado el período de cuidar los críos que hayan puesto en el mundo.

Pero el menosprecio más o menos velado a la mujer que entra de lleno en terrenos tradicionalmente habitados por hombres, es decir, la misoginia, sigue existiendo. Se le permite acceder, pero siempre con límites: a la hora de optar entre pretendientes hombre o mujer en concursos públicos, en la «foto» de los consejos de administración de grandes empresas, de la clase política que dirige el mundo, en las academias de ciencia, etc. los hombres están en absoluta mayoría.

Pero el menosprecio más o menos velado a la mujer que entra de lleno en terrenos tradicionalmente habitados por hombres, es decir, la misoginia, sigue existiendo. Se le permite acceder, pero siempre con límites: a la hora de optar entre pretendientes hombre o mujer en concursos públicos, en la «foto» de los consejos de administración de grandes empresas, de la clase política que dirige el mundo, en las academias de ciencia, etc. los hombres están en absoluta mayoría.

Vamos a pensar que es una cuestión de tiempo, ya que la falta de reconocimiento a la valía intelectual de la mujer y por tanto, el rechazo a que la mujer ocupe lugares de prestigio en el ámbito público no ha sido igual siempre.

«Una breve historia de la misoginia», es el libro escrito por Anna Caballé en 2006. Me he enfadado y me he reído leyendo este libro que casi sin querer me he tragado últimamente. Un libro en el que se hace un recorrido por la misoginia en España, especialmente en los escritos que entre el siglo XIII y nuestros días se han podido leer en el Estado Español.

Y confieso, que, en este recorrido express por la evolución de la misoginia en la historia contemporánea, se me abrían las carnes ante tanta prepotencia gratuita de los escritores españoles. Ante su convencimiento de pertenecer a un grupo superior, los hombres, dentro de la especie humana. Y ante la exigencia de que las mujeres, como miembros de segundo orden dentro de la especie, tenían que estar al servicio de ellos y de la sociedad en general, porque para esto fueron creadas: parir, cuidar, agradar, etc. A partir de ahí, se da por sentado, que sus cualidades solamente tienen relación con esta misión en la vida y se le niega toda iniciativa apartada del cuidado y la obediencia, la resignación, la laboriosidad y otras lindezas por el estilo.

La Iglesia Católica por medio de sus hombres más preclaros, marcó con todo detalle el terreno de la mujer. En la doctrina diaria y en escritos como «La instrucción de la mujer», «La perfecta casada», etc.; hasta queriendo mostrar que estudiar, aunque fuese el estudio del latín «estropea a las mujeres». Quizás sean ciertas algunas opiniones que apuntan a que este comportamiento se deriva de considerar a la mujer como un elemento de competencia para la iglesia católica. Su propia existencia y en algunos casos su influencia puede haber sido importante para que el hombre no se dedicase a servirla con toda la dedicación que dicha institución ha exigido.

El status de la mujer en la sociedad medieval era claramente secundario respecto al hombre, aunque algunas tuvieron la fortaleza de seguir sus deseos y llegaron a destacar en terrenos intelectuales o científicos. Sin embargo, cualquiera que se saliese de los límites marcados era vilipendiada, insultada, considerada portadora del mal, bruja, etc. algunas de ellas llegando a sufrir la muerte por su atrevimiento.

El período de la Ilustración empieza a conceder alguna credibilidad a las mujeres realmente extraordinarias, mientras que en el siglo XIX ya no son casos aislados, si no que se plantea sin tapujos la oposición entre la voluntad de algunas mujeres de salir de «su cárcel» y el discurso que insiste en mantenerlas en el espacio doméstico. Las primeras universitarias fueron criticadas por su «pecaminosa rebeldía» por su deseo de independencia y su comportamiento «contra natura».

Aún reconociendo sus méritos, en el terreno de la intelectualidad se les cerraba las puertas de intervención pública. Es el caso de las Academias de letras o de ciencias, que se veían obligadas a buscar argumentos de cualquier tipo para conseguir contrarrestar la indiscutible valía de algunas mujeres, que optaban a formar parte de ellas. Unamuno, Menéndez Pelayo, Leopoldo Alias «Clarín», son algunos protagonistas de esta oposición. Juan Varela escribió en La mujer y las Academias: «No desde las Academias, sino desde sus casas, pueden las mujeres dictar leyes……Muchísimo (más) pudiera decir contra el proyecto de que haya académicas de número, no por tener en menos a las mujeres, sino porque, a mi ver, el proyecto peca de inoportuno y se inclina a lo cómico, y porque las mujeres tienen otros destinos más importantes y grandes que cumplir sobre la Tierra». Ya nos imaginamos cuales son estos destinos tan honrosos…

Y en la Ley de Instrucción Pública de Claudio Moyano, año 1857, encontramos un antecedente que seguirá siendo válido dos siglos después. En su artº 194, establece que, «a las maestras se les dotará de un tercio menos que a los maestros». Hoy en día se sigue retribuyendo a la mujer por debajo del hombre, en la realización de trabajos iguales.

Literatos de gran fama pregonan todavía que «la mujer puede influir en la marcha política, por medio del marido, padre o hijos», año 1869, Francisco Pí y Margall. O Leopoldo Alas «Clarín», que admite en casos realmente excepcionales que haya mujeres intelectuales, en cuyo caso, «el genio verdadero recompensa el dejar de ser mujer».

Pasando al terreno físico, Baltasar de Viguera, en «La fisiología y patología de la mujer» afirma que las mujeres con gran clítoris tienen «excrecencias que se prolongan tan monstruosamente, que es preciso mutilarlas». ¿Vendrá de este concepto la cultura de la ablación genital femenina? Y así se hace posible que sea cierto lo que escribe Pedro F. Monlau en 1853 en su libro «Higiene del matrimonio o el libro de los casados», cuando afirma «El oficio de la mujer en la copulación casi está limitado a sufrir la intromisión mecánica del órgano copulador masculino».

Ya en el siglo XX, no hace falta más que nombrar a personajes como Unamuno, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Marañón, Ortega y Gasset, etc. , de los que la escritora Laura Freixas dice que muestran «miedo al feminismo». Es decir, un rechazo visceral a una visión moderna de la mujer en el mundo. De Ortega y Gasset son frases como las siguientes, «la mujer se nos presenta como una forma de humanidad inferior a la varonil», «Sufrimos la tiranía del mito de la igualdad», «Sexo débil, que se siente feliz sintiéndose débil».

José Mª Pemán, en 1947, se queja de que «Todas las madres que faltan en los hogares sobran en la vida pública, con un impertinente intervencionismo vago y sentimental de secretarias, oradoras, agitadoras y diputadas…..La mujer es, por definición, una criatura de amor. Ha nacido para él y es su profesión y su carrera».

Y no faltan plumas de mujeres en el menosprecio de sus congéneres, aunque en el devenir del tiempo se ha ido haciendo de forma más ambigua. Carmen Burgos, 1902: «La mujer equilibrada no sacrifica los afectos del corazón a las vanidades del cerebro»; Josefina Blanco, mujer de Valle-Inclán, 1928: «Yo no cuento, yo no quiero contar…»; Mercè Rodoreda, 1934: «La mujer en política, en artes, en letras? Si…pero…creo que es mejor saber coser que escribir»; Carmen Martín Gaite, 2002: «Se exigían poco, en Europa, las mujeres a si mismas; indolencia, vaciedad y sosería».

En la mayoría de los casos, sin embargo, la mayoría de las mujeres han entrado en el mundo de las letras enfrentándose con valor o intentando pasar desapercibidas, por no enfrentar el duro juicio de los colegas masculinos. Incluso muchas veces arropadas detrás de un seudónimo. Es el caso de Caterina Albert, L’Escala (Alt Empordà), 1869-1966, que bajo el seudónimo de Víctor Catalá, consigue ser una importante figura del Modernismo y considerada como una maestra por muchas escritoras. «En sus libros analiza la situación de la mujer en la sociedad de la época, las relaciones de pareja y el trabajo, sobre todo en el escenario del campo, y ofrece una imagen muy negativa, llena de violencia y crueldad, que contraviene los modelos idílicos heredados del siglo XIX. Mila, la protagonista de Solitud, se amotina contra ellos y con un gesto muy simbólico, abandona casa y marido para empezar una nueva vida». (Caterina Albert. En: escritoras.com [en línea]. 6 abr 2003. [Consulta: 14 ene 2012]. <http://www.escritoras.com/escritoras/escritora.php?i=7>)

Y llegando a nuestros días, la misoginia se oscurece, se disfraza, se oculta, pero en mi opinión sigue existiendo. Escritoras tan conocidas como Rosa Chacel, Carmen Martín Gaite, Mercedes Salisachs tienen su lugar en el mundo literario, pero no debe ser fácil. Leemos la contestación de Rosa Chacel , cuando se le pregunta sobre el silencio ante su obra «Ahí viene lo de ser mujer. Los hombres no han sufrido eso, pero las mujeres si. Un hombre gordo y mal vestido puede haber triunfado desde el principio. Pero una mujer, no».

En definitiva, en pleno siglo XXI, cualquier tarea realizada por una mujer, fuera del terreno maternal, doméstico y de los cuidados, es analizada con mucha mayor exigencia que si la ha hecho un varón. Algo así como teniendo que demostrar el mérito, donde al hombre se le presupone.

Y lo peor de todo, es que ese juicio de valor que atribuye roles específicos al hombre y a la mujer, es el que está en el fondo de todas las desigualdades y crueldades que se cometen todavía contra las mujeres por el hecho de serlo. Y que, en último término hace posible que el hombre llegue a disponer hasta de la vida de la mujer con la que tiene o ha tenido una relación sentimental.

Pero no nos engañemos, lo mismo que en todas las épocas ha habido mujeres que han sido capaces de vivir la vida siguiendo sus deseos, cada vez son más las que estamos dispuestas a ello. Estamos en una vía de no retorno. Aprenderemos, nos apoyaremos y avanzaremos junto a las mujeres y a los hombres capaces de abrir su mente y su corazón.

Marga Roig
Artículo publicado en Eje Violeta abril 2012


Fuente: Marga Roig